sábado, 22 de junio de 2013

Hardcore andino

(Incidentes: un capítulo de CSI donde la psicóloga de la víctima era una dominatrix, la víctima actuaba como gata -literalmente- y estaba involucrada en un antro donde había varias mujeres sadomasoquistas. El crímen irresuelto de Ángeles y todas sus aristas)


Bajábamos las escaleras interiores de una escuela secundaria que no conozco, donde no doy clases, en tonos grises oscuros, de cemento, se olía y se sentía fresco-húmedo, ella sí, fue alumna mía: J.D., era física y gestualmente real. Venía con sus carpetas en la mano, y me venía contando con su aire de chica buena, responsable, que estudia y encima (no además) trabaja para ayudar en la casa, no traga, ni olfa,ni nerd, transparente, clara, madura, madurísima, hermosa y calma para su edad, que su mamá la cuidaba mucho, lo decía con ternura, con paciencia, no como un reclamo, entendiendo el por qué del cuidado. Porque su manera de ser madre era así, supongo, o más bien era una fragilidad emocional y mental por haber perdido mucho, que cubría por ese lado, el miedo, la sobreprotección. Los sobreentendidos y entrelíneas del sueño.

Un salto de tiempo y de espacio me lleva a otro día, a la salida de la escuela, viendo a la madre de J.D. esperándola en vano, al parecer ya después de varios días, porque no llega nunca. Es rubia, tiene ojos tristes y claros. Es la única que está afuera de la escuela esperando a su hija. Está sola, sentada, me mira como prediciendo una mala noticia o esperando una respuesta que yo debería traerle. Yo, todavía ignoro todo.
De alguna manera se, en otro lugar, vacío, sin escenografías,como un mirar lo que pienso, también en color gris, que J.D. había desaparecido. Y lo confirmo, siendo la testigo de lo terrible, era un bosque, o un lugar lleno de pinos como el de un campo de golf. Anochecía, veía ese color negro-naranja que presagia la noche sin que acabe de llegar. El color se hacía eterno y provocaba un paisaje todavía más siniestro para la escena. J.D estaba amordazada, tendida en el pasto suelto, amarillo, moviéndose desesperadamente sin poder desatarse, lejos y cerca de mi alcance. Yo trataba de entender la situación, descubrirla. Por detrás de los pinos se acercó una chica y la ató de pies y manos. Otra, vestida con un disfraz de pollo con cara descubierta, de color amarillo, trajo algo que parecía un nebulizador, pero que yo sabía era un elemento de tortura. Saber que iban a hacerle todo y mal. Saber de las posibles maneras antes de verlo. Ver que una de ellas,la que no tenía el disfraz, sube, encima de J.D. Sin embargo no poder hacer nada más que mirar, mirar, sin poder hacer nada.

Ser víctima de la persecución de un grupo de músicos del altiplano. Sería Bolivia, o muchos pueblitos de Jujuy. Escapar con un Citröen destartalado por calles de tierra que ya parecían Santiago del Estero, ir de un lugar a otro para volver a encontrarlos, a que me encuentren y peor, sentir la angustia de que ellos crean que los buscaba. Sin siquiera un diálogo, nunca me dirigen la palabra, sin embargo se que tengo que pararme en medio de ellos, vestidos con sus trajes típicos con siqus, quenas y cajas. Sentirme obligada a cantar y a viajar con ellos aunque nunca canto ninguna canción, solamente me paro en medio de ellos, porque de alguna manera, es lo que debo hacer. Sentirme encadenada sin que en el sueño haya nada ni moral, ni físico, que me lo confirme. Y así sucesivamente, el viaje y el encuentro dramático no deseado. 

En medio de la última huída, en una calle de tierra parecida a la del camino de tierra del Golf de La Cumbre (encuentro la conexión visual de los dos sueños), ver a lo lejos a mi tío Luis que me hace dedo. Me dice si por favor lo puedo llevar. Paro, lo menos posible para seguir huyendo. El Citröen, aparentemente amarillo, empieza a saltar de manera exagerada, casi vamos rebotando. Me veo desde afuera, desde atrás, como una cámara larga de película cómica desde el fondo de la calle con un plano cercano a la parte trasera del Citröen, con mi cabeza y la de mi tío vistas desde atrás, moviéndose de un lado al otro. Y mi tío diciéndome que claro, por eso a él nunca le gustaron los Citröens.




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