miércoles, 19 de junio de 2013

Abuela en Manhattan



Apareció en la cocina. Otra cocina, que era nuestra aunque no es la nuestra- parecida a la de "Para vestir santos"-. Tenía los lentes más oscuros que de costumbre, lo que la hacía confusa e irreconocible. Paradojicamente, fue esto lo que nos sorprendió y asustó más que su aparición a pesar de saber que estaba muerta. Venía sonriente, pícara, por hacernos la broma de aparecer así, de repente, con esos lentes y esa vida. 
Yo pasé del escalofrío de la sorpresa a la felicidad porque así cumplía nuestra promesa implícita de aparecer para confirmar la vida después de la muerte. Su guiño de aparecida.
Y ahí el alivio y la sonrisa rompiéndose en nuestras caras. Después de reconocerla detrás de esos lentes que eran más de la tía Pancha que de mi abuela. Vino el abrazo, lejos del miedo. 


Aparecí corriendo calle arriba, calle arriba, calle arriba, corriendo tan liviana que parecía volar, aunque no avanzaba como debería, empantanada en la vereda, el asfalto y la noche, persiguiendo o escapando, paranoicamente de alguien o algo, de un taxi, o a un taxi, por las calles de Manhattan. Saber que es Manhattan con la certeza del sueño.Era de noche. La ciudad se desordenaba a cada momento en que parecía llegar al destino, a la presa, al lugar seguro. Se cambiaban los nombres de los carteles en cada esquina o tenía la sensación de no poder leerlos. Cuando llegaba arriba, algo, como un tobogán hacía que todo volviera a empezar calle arriba, calle arriba, calle arriba hasta la esquina imposible de leer, entre las luces de los autos, ese taxi que perseguía o me perseguía y el Central Park, supongo, al revés, siempre a mi derecha.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Subconsciente, colective: