miércoles, 23 de octubre de 2013

Hijo kinder



Estar esperando un hijo sin embarazo. Llevarlo en el bolsillo, en una bolsita de fiselina de partes encastrables, como un huevo de plástico dentro del que está el hijo. Fruto de una serie de pasos antinaturales que dicen que deben engendrarlo. Armado. Con papelitos e instrucciones, pero vivo, como un pollito. Un feto. Algo, pero alguien,muy pequeño como para nacer.
No saber como cuidarlo. Saber que está por nacer, y temer equivocarse en el paso de las cosas. Nada lo hace el cuerpo.
Estar a punto del parto, sin que mi cuerpo intervenga, más que mi voluntad, la responsabilidad de mirar el reloj y el tiempo. Espiar adentro del huevo los movimientos sin que eso mate al nonacido. Miedo que se ahogue o que se asfixie o verlo muerto.
Hacerlo mal, cuidarlo mal, a destiempo.

Llega S., mi hijo, con un amigo, corriendo. Entran por la galería de mi casa desde el patio. Tiene algo negro en las manos. Lo mando a lavarselas sin que me toque, por el contagio al hijo por nacer. Un hijo que mide menos de 4 cm, tamagochi animal. Esos montones negros tienen algo que ver con los gatos.
S. va, con los puños cerrados y eso negro y peludo rebalsandole en cada mano. No me lo quiere mostrar. Los oculta. Se que no se las lavó, que vuelve con las manos cerradas y sucias.
Veo sus puños errados con eso negro. Son gatos recién nacidos. Me roza y se que eso hace que esté todo mal.
La peste, el contagio.

- Tiralos!!!- le digo, y los lanza con la cara llena de llanto, en cámara lenta, de frente, hacia el cielo, hacia el techo. Primero uno, después otro. Pero ya es tarde. Dos manchas negras y peludas me empiezan a crecer en los brazos.
Se que de alguna manera es la señal de que no voy a lograr que esa criatura en mi bolsillo nazca.



miércoles, 26 de junio de 2013

Comics y ballenas


L. trabajaba en el edificio de correos en frente de donde yo vivía, que -claro- no es donde vivo. Si los miraba de frente era como la plaza de la intendencia de Córdoba Capital y sus edificios, pero el movimiento y la gente, la sensación geográfica, eran los de una ciudad más grande, como Buenos Aires. Me entero que ella está tan cerca cuando me manda un mail agregándome o invitándome o dándome permiso a volver a tener contacto de alguna manera con ella. El mail no daba datos ni direcciones reales, pero de alguna manera yo lo supe. Era corto, impersonal, uno de esos mensajes masivos, como la invitación del Whatsapp, pero tan claro como para que yo entendiera que era un puente. Otra vez. El perdón de alguna manera.

Era estereotípicamente geek, tenía los ojos tan azules como lo son realmente, se vestía con una bermuda de jean, remera y una camisa a cuadros, el edificio de correos era como un shopping o el free shop de un aeropuerto. Enorme. Cuando nos vimos fue todo sobreentendimiento, puras miradas. Buscaba una historieta en blanco y negro, rara, que se suponía estaba escondida en algún lugar del edificio, que cuando la encontramos podía escucharse como un disco que sonaba en blanco y negro y de alguna manera se proyectaba porque podíamos verlo en el aire. Andabamos por ahí, por todos los rincones del edificio que parecía infinito, de día, de noche,con sus amigos. Con la sensación de reencuentro sanador. De poder estar juntas desde otro lugar, sin ruidos.

Buscabamos una orquídea, en un lugar húmedo, tropical, con cataratas, piedras, mucha agua.En la primera imagen trepabamos.  Cuando llegabamos a la cima de esa catarata, encontrabamos la flor. No me parecía gran cosa, sí al resto. Teníamos que llevarla a algún otro lugar, el final de una especie de misión. No sé quienes eramos, pero eramos muchos. Subíamos como a una canoa (eran cientos de canoas) en un río anchísimo y torrentoso, sentía el vértigo de las canoas precarias para semejante caudal. Era como una competencia. De repente: las ballenas. Justo debajo de las canoas aparecían enormes ballenas que subían desde el fondo, milimétrica y peligrosamente hacia la canoa. Sentir como levantaban las canoas daba miedo, el río estaba crecido, era negro y a pesar de ello se las veía subir desde el fondo hacia la canoa una y otra vez. Todo era vértigo, cada elevación de las ballenas parecía ser una advertencia que había que atender, una tragedia previsible que había que evitar, la sensación era que no iban a subir otra vez sin volcar la canoa. Finalmente, fuimos hacia el costado y con la orquídea a salvo, salté a la orilla...



sábado, 22 de junio de 2013

Hardcore andino

(Incidentes: un capítulo de CSI donde la psicóloga de la víctima era una dominatrix, la víctima actuaba como gata -literalmente- y estaba involucrada en un antro donde había varias mujeres sadomasoquistas. El crímen irresuelto de Ángeles y todas sus aristas)


Bajábamos las escaleras interiores de una escuela secundaria que no conozco, donde no doy clases, en tonos grises oscuros, de cemento, se olía y se sentía fresco-húmedo, ella sí, fue alumna mía: J.D., era física y gestualmente real. Venía con sus carpetas en la mano, y me venía contando con su aire de chica buena, responsable, que estudia y encima (no además) trabaja para ayudar en la casa, no traga, ni olfa,ni nerd, transparente, clara, madura, madurísima, hermosa y calma para su edad, que su mamá la cuidaba mucho, lo decía con ternura, con paciencia, no como un reclamo, entendiendo el por qué del cuidado. Porque su manera de ser madre era así, supongo, o más bien era una fragilidad emocional y mental por haber perdido mucho, que cubría por ese lado, el miedo, la sobreprotección. Los sobreentendidos y entrelíneas del sueño.

Un salto de tiempo y de espacio me lleva a otro día, a la salida de la escuela, viendo a la madre de J.D. esperándola en vano, al parecer ya después de varios días, porque no llega nunca. Es rubia, tiene ojos tristes y claros. Es la única que está afuera de la escuela esperando a su hija. Está sola, sentada, me mira como prediciendo una mala noticia o esperando una respuesta que yo debería traerle. Yo, todavía ignoro todo.
De alguna manera se, en otro lugar, vacío, sin escenografías,como un mirar lo que pienso, también en color gris, que J.D. había desaparecido. Y lo confirmo, siendo la testigo de lo terrible, era un bosque, o un lugar lleno de pinos como el de un campo de golf. Anochecía, veía ese color negro-naranja que presagia la noche sin que acabe de llegar. El color se hacía eterno y provocaba un paisaje todavía más siniestro para la escena. J.D estaba amordazada, tendida en el pasto suelto, amarillo, moviéndose desesperadamente sin poder desatarse, lejos y cerca de mi alcance. Yo trataba de entender la situación, descubrirla. Por detrás de los pinos se acercó una chica y la ató de pies y manos. Otra, vestida con un disfraz de pollo con cara descubierta, de color amarillo, trajo algo que parecía un nebulizador, pero que yo sabía era un elemento de tortura. Saber que iban a hacerle todo y mal. Saber de las posibles maneras antes de verlo. Ver que una de ellas,la que no tenía el disfraz, sube, encima de J.D. Sin embargo no poder hacer nada más que mirar, mirar, sin poder hacer nada.

Ser víctima de la persecución de un grupo de músicos del altiplano. Sería Bolivia, o muchos pueblitos de Jujuy. Escapar con un Citröen destartalado por calles de tierra que ya parecían Santiago del Estero, ir de un lugar a otro para volver a encontrarlos, a que me encuentren y peor, sentir la angustia de que ellos crean que los buscaba. Sin siquiera un diálogo, nunca me dirigen la palabra, sin embargo se que tengo que pararme en medio de ellos, vestidos con sus trajes típicos con siqus, quenas y cajas. Sentirme obligada a cantar y a viajar con ellos aunque nunca canto ninguna canción, solamente me paro en medio de ellos, porque de alguna manera, es lo que debo hacer. Sentirme encadenada sin que en el sueño haya nada ni moral, ni físico, que me lo confirme. Y así sucesivamente, el viaje y el encuentro dramático no deseado. 

En medio de la última huída, en una calle de tierra parecida a la del camino de tierra del Golf de La Cumbre (encuentro la conexión visual de los dos sueños), ver a lo lejos a mi tío Luis que me hace dedo. Me dice si por favor lo puedo llevar. Paro, lo menos posible para seguir huyendo. El Citröen, aparentemente amarillo, empieza a saltar de manera exagerada, casi vamos rebotando. Me veo desde afuera, desde atrás, como una cámara larga de película cómica desde el fondo de la calle con un plano cercano a la parte trasera del Citröen, con mi cabeza y la de mi tío vistas desde atrás, moviéndose de un lado al otro. Y mi tío diciéndome que claro, por eso a él nunca le gustaron los Citröens.




miércoles, 19 de junio de 2013

Abuela en Manhattan



Apareció en la cocina. Otra cocina, que era nuestra aunque no es la nuestra- parecida a la de "Para vestir santos"-. Tenía los lentes más oscuros que de costumbre, lo que la hacía confusa e irreconocible. Paradojicamente, fue esto lo que nos sorprendió y asustó más que su aparición a pesar de saber que estaba muerta. Venía sonriente, pícara, por hacernos la broma de aparecer así, de repente, con esos lentes y esa vida. 
Yo pasé del escalofrío de la sorpresa a la felicidad porque así cumplía nuestra promesa implícita de aparecer para confirmar la vida después de la muerte. Su guiño de aparecida.
Y ahí el alivio y la sonrisa rompiéndose en nuestras caras. Después de reconocerla detrás de esos lentes que eran más de la tía Pancha que de mi abuela. Vino el abrazo, lejos del miedo. 


Aparecí corriendo calle arriba, calle arriba, calle arriba, corriendo tan liviana que parecía volar, aunque no avanzaba como debería, empantanada en la vereda, el asfalto y la noche, persiguiendo o escapando, paranoicamente de alguien o algo, de un taxi, o a un taxi, por las calles de Manhattan. Saber que es Manhattan con la certeza del sueño.Era de noche. La ciudad se desordenaba a cada momento en que parecía llegar al destino, a la presa, al lugar seguro. Se cambiaban los nombres de los carteles en cada esquina o tenía la sensación de no poder leerlos. Cuando llegaba arriba, algo, como un tobogán hacía que todo volviera a empezar calle arriba, calle arriba, calle arriba hasta la esquina imposible de leer, entre las luces de los autos, ese taxi que perseguía o me perseguía y el Central Park, supongo, al revés, siempre a mi derecha.


martes, 18 de junio de 2013

Manifiesto Onírico

Este es un blog para contar mis sueños, versionar los que me cuentan los demás, inventar la mitad del sueño que me olvido en el camino entre el duermevela y la vigilia. Es también el blog donde cualquiera de los lectores puede leer los sueños de otros y contar el suyo.
La única premisa, es mantener la lógica del sueño, intentar transmitir su extraña cronología, sus saltos visuales y temporales, su mística, su misterio. Se puede contar cualquier sueño, sin importar la temática, sin filtros, con la única precaución de que lo que se cuente no sea tan (de una manera) explícito/a como para que Blogger decida cerrar el blog.

Subconscientes, avanti!!